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miércoles, 7 de octubre de 2015

La independencia de Cataluña.

La única cosa importante es la soberanía.


El concepto de soberanía política y su recuperación para el pueblo de Cataluña es el punto más importante, el decisivo, de todo este proceso de empoderamiento del pueblo catalán. El expolio fiscal, la defensa de la lengua o el corredor mediterráneo solo son aspectos accidentales, de gran importancia sin duda, pero accesorios al tema de la soberanía. ¿Por qué creo que ha sido tan decisiva la declaración de soberanía que hizo el Parlament el 23 de enero del 2013? ¿Por qué es tan importante una cosa abstracta, confusa, discutible y que no se come ni llena ningún bolsillo? Porque la soberanía dice quién puede hacer qué. ¿Puede Sant Feliu de Guíxols declarar la guerra a Camboya? Y Extremadura, ¿puede recaudar sus impuestos? Más aún, ¿puede Austria imprimir su moneda? ¿Y Suiza? Y la ONU, ¿puede obligar a Siria a destituir a su presidente?
Quién puede hacer qué es un tema que ha centrado la discusión politológica de los sumerios hasta Locke; desde Hobbes a Isaiah Berlin. Ahora, el tema de la soberanía toma un nuevo giro interesante al aplicarla a su relación actual con el poder en este mundo casi westfaliano de los estados nación que nace en 1648 y que se nos va agonizando lentamente en nuestros días.
Decía Bataille que lo soberano se trata de «un aspecto opuesto, en la vida humana, al aspecto servil o subordinado». Es relativo pues a la libertad. En la cultura política hispana, lamentablemente ha influido finalmente más el nefasto pensamiento franchute de un Jean Bodin que las propias tradiciones de teoría política ligadas al tomismo de la Escuela de Salamanca, siempre tan escondida y olvidada. Decía Tomás de Vitoria: «la soberanía no es absoluta, implica el respeto al derecho natural y divino, y el derecho de gentes por el que están ligados todos los reyes». Una vinculación interesante entre pueblo y soberanía, que la irrupción de la familia campechana en 1700 arruinó.
Reconocer la soberanía de una comunidad política es, dicho en castellano, reconocer su capacidad de hacer cosas. Por eso estuvo bien Fernando Savater (quién lo iba a decir) cuando afirmó que: «Si en Cataluña pueden hacer una consulta independentista, es que ya son independientes». Obviamente, si tomamos una decisión soberana será porque esa soberanía ya existía y con el gesto se materializa, se visualiza y por lo tanto existe de manera manifiesta ante las demás naciones. El mismo hecho de
convocarla es un acto soberano, y ahí vamos a esa brillante frase del malvado Carl Schmitt: «Es soberano quien decide acerca de la excepción». La soberanía, pues, se muestra diáfana no en la
aceptación regular de las leyes, sino en la capacidad de un pueblo de modificarlas o trascenderlas. 
Entre las dos características clásicas de un estado supremo se suelen contar la supremacía del poder (summa potestas) y la competencia para definir qué es lo que puede hacer (plenitudo potestatis).
Si hace la consulta, el resultado es importante pero no tan decisivo, puesto que el acto de soberanía en sí es lo que sería relevante como ha visto muy bien (pero desde el otro bando) Savater.
Siendo más claros. La diferencia entre autonomía y soberanía es pues la que hay entre los 17 y los 18 años. A los niños se les reconoce y celebra la personalidad y el carácter propios. Se les escucha cuando piden algo y se les premia y celebra cuando cantan un villancico en Navidad o aprueban con la ley Wert. Se admite que tienen personalidad propia, carácter y ciertas libertades de movimiento y expresión. Tienen su… y esta es la palabra: autonomía. Pero a los niños no se les permite votar, ni fundar una empresa aeroespacial o tatuarse las nalgas, ni casarse. De la misma manera, a Cataluña se le reconoce una personalidad cultural, idiomática, incluso legislativa, pero se la mantiene en una minoría de edad política. No puede salir de casa, no puede alquilar un piso, no puede establecerse por su cuenta. Puede, eso sí, decidir la decoración de su cuarto y gestionarse la asignación que le dan los padres. En este punto, muchos dependentistas saltan diciendo que ya tenemos más competencias que otros estados federales y que no saben muy bien por qué nos quejamos. Vuelve a las doce y no te quejes, que a tu amiguito sus padres le hacen volver a las once.
Ése es el tono y el espíritu. No se trata de cuántas competencias tiene Cataluña, el hecho es que tiene competencias cedidas. Es decir, concesiones, no derechos. Un menor puede cobrar mil euros a la semana de sus padres, tener la Play 4 e incluso una moto, pero no puede irse de casa puesto que lo detienen. Puede tener muchas competencias, pero siempre como efecto de la generosidad de los padres que, y por eso está el artículo 155 en nuestra paternal constitución, siempre pueden castigar al niño-autonomía. Esta relación no nos mola. Somos adultos que quieren tener vida política de pueblo adulto. No queremos que «nos den» competencias. Exigimos «usar libremente» nuestros derechos. Bajo el autonomismo, el Reino es nuestro tutor, no nuestro representante delante de las visitas internacionales, la Comisión europea o las multinacionales importantes. El Reino no nos aconseja, nos tutela, habla por nosotros porque, decirlo es baladí, no somos suficientemente mayorcitos para tener voz propia ni para alzársela al Padre Padrone de la AGE. No somos nación, somos nacionalidad. Personitas. En fin, ya recuerdan: «Mientras vivas en esta casa las reglas las pongo yo». Echemos un vistazo al argumento (muy extendido, por otra parte) de un teórico del patriotismo español, José Luis González Quirós, politólogo y autor de Elogio del patriotismo. González Quirós escribió en prensa digital: «Que Cataluña sea, o haya sido, una nación desde el punto de vista cultural no ofrece demasiadas dudas ni tiene otro interés que el histórico; que Cataluña no ha sido nunca, ni será ahora, una nación en el sentido político es absolutamente obvio»He aquí el elogio claro de la minoría de edad. Ser nación cultural es posible e incluso positivo. Pero siempre en los límites del casino provincial y de los coros y danzas. Nación recreativa de fin de semana, butifarra, barretina y porrón. Ahora bien, la mayoría de edad, la nación política: «No la ha tenido nunca ni ahora la tiene». Fíjense que su actitud es la de aquellos padres que no quieren ver crecer al hijo: «¿Cómo que se casa? ¡Si aún es una niña!». «¿Cómo es que quiere la soberanía? ¡Si solo es una provincia!». Ninguna persona ha sido nunca mayor de edad hasta que lo ha sido. De la misma manera, argumentar (aún de manera falsa en el caso catalán) que nunca se ha sido una nación, no es ningún impedimento para serlo mañana mismo. Nunca las colonias inglesas habían sido una nación hasta que les dio la gana de ser libres y autoproclamarse como tal (We, the people, etcétera). Esto es así porque las leyes no describen una realidad: la crean. Desde el tiempo de los visigodos hasta el 2005, que dos personas del mismo sexo se casaran era imposible e ilegal, y hacerlo no tenía ningún sentido. Al día siguiente de haber aprobado la ley de matrimonios homosexuales era normal, legal, aceptable y reconocido por toda la gente de España y de fuera. Una ley atendió una necesidad e hizo posible algo que era imposible apenas el día antes, y que nunca lo había sido. Decir que el siglo XII es un impedimento para conseguir la libertad en el XXI es un argumento muy, muy perezoso. El derecho a decidir, no confundamos las cosas, no se limita al acto de poder decidir una opción en un referéndum. Cuando nos declaramos sujeto soberano político y jurídico afirmamos nuestro derecho a decidirlo… todo. Independencia, federación, qué tipo de impuestos, ley de costas, I.V.A., ir a la Eurovisión, solidaridad con otros territorios, defensa… Quién puede hacer qué.
¿Puede haber una pregunta más trascendente? Y así es como funciona la declaración de soberanía. Hace posible la mayoría de edad de los pueblos. Por eso, el 23 de enero del 2013, el Parlament consideró darle forma solemne a una declaración de soberanía. Como se decía de forma cursi en las pelis de los setenta: «Papá, mamá: ya soy mujer», o traducido al catalán: «El poble de Catalunya té, per raons de legitimitat democràtica, caràcter de subjecte polític i jurídic sobirà»
Adiós papás, os llamo y os quiero. ¡Muac!

- Antonio Baños (Barcelona, 1967), Diputado del partido independentista, CUP. (En la foto, con David Fernàndez)
Extracto del libro La Rebel.lió Catalana (La Rebelión Catalana), editorial La Butxaca, 2013. 

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