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viernes, 29 de marzo de 2019

Yo por ti cambiaba el mundo



No sé si uno nace gay o se hace con el tiempo, lo que sí sé es que no nacemos con conciencia de clase, al igual que no nacemos con rencor, odio o racismo. Te vas dando cuenta con el tiempo de las cosas que te mueven; el poder y el dinero, o el amor y la libertad. Yo no nací con nada de lo que soy ahora, como cualquier otra persona. Mi abuelo me hablaba de pequeña de Franco y de política, y yo llegaba a clase y en el recreo, cuando salíamos todos los niños al patio, les hablaba a mis compañeros de Franco, y estos, llegaban a sus casas y les decían a sus padres que la Scheherazade les había dicho que hubo un hombre bajito que mató a mucha gente. Los padres de mis compañeros se acercaban a mis abuelos y les preguntaban que por qué la niña siendo tan chica sabía de Franco, y entonces mi abuelo en casa me sentaba a su lado y me decía que había cosas de las que no se podía hablar, y me contaba historias de la Mili, y de cómo se cagaba en Franco mientras cantaba Suspiros de España. Yo de pequeña le curaba la pierna, porque en la Mili cogió una enfermedad que le dejó problemas en la piel durante toda su vida. En casa, utilizaba un bote de gasolina que todavía conservaba de aquellos tiempos, para matar a las hormigas en verano, y yo siempre me alejaba de él cuando le veía con el bote de gasolina porque una vez la gasolina me salpicó en la babucha, y pensé que si se ponía a fumar a mi lado podía salir ardiendo. Por la tarde, cuando se acostaba, le cogía un cigarro y me lo ponía en la boca y esperaba a que se levantase, para ver documentales sobre cualquier momento de la historia en España, sobre todo de ETA, la monarquía de Juan Carlos I, o el 23F.
                               

Nunca creí ser pobre, siempre vivimos en un barrio obrero pero nunca escuché como lo hice con mis tíos los problemas de llegar a fin de mes o los pagos de la hipoteca. Yo le decía a mi abuelo que quería algo y él me lo compraba, aunque sí que fue verdad que lo que pedía eran cosas pequeñas y de los veinte duros. Mi abuelo me enseñó que lo importante eran las experiencias, y siempre me decía Sal y disfruta. Salíamos todos los fines de semana, a veces, a las diez de la mañana ya estábamos montados en el coche, y cuando llegábamos al sitio para comer a las dos de la tarde, nos encontrábamos en la sierra de Cádiz. Viajamos muchísimo, y siempre era todo una fiesta. Mi abuelo siempre estaba ahí, y creció un poco más cuando nací yo. Fue un hombre de los antiguos, como todos los de aquella época. Antes de nacer yo, no sabía cómo hacer café, pero cuando nací yo, algo dentro de él cambió. Por las mañanas era el que se levantaba a hacerme el desayuno (café con un poco de leche y tostadas con aceite y jamón) (Sí, bebo café desde pequeña), me llevaba al colegio en coche, y no me dejaba bajar de él hasta que no sonaba el timbre para que no esperase con frío. A la salida me recogía, y cuando empezaba a hacer calor, abría el techo del coche. Me enseñó a hacer leche frita, siempre que iba al Carrefour me compraba un paquete de palomitas, cuando de noche tenía sed, se levantaba a llevarme agua cuando le gritaba que quería beber. Se sentó a mi lado junto a mi madre una noche de verano que no podía dormir, me llevaba al hospital cuando se me llenaba el pecho de mocos por culpa de la bronquitis, cuando tenía clases extraescolares, me llevaba y esperaba en la puerta del colegio a que terminase las clases para volver a casa, y siempre que quería hacer algo, ahí estaba él para ayudarme a conseguirlo.
Insistió toda su vida en que no me casase, y que lo que yo tenía que hacer era vivir. A mis tías cuando les informó que se casaban les dijo que no se casasen, que eso era para nada y que lo que tenían que hacer era arrejuntarse sin necesidad de casarse. Aprendí todo lo que pude, y me enseñó todo lo que él pudo. Aprendió leyendo, porque se salió del colegio para trabajar, leía libros sobre la historia de España y se compraba un periódico a la semana porque su amigo se lo leía entero y él también quería. Los sábados noches eran para la política, y los domingos de películas. Conmigo veía CSI y yo con él veía el fútbol. Estaba obsesionado con que durmiese ocho horas seguidas, y siempre que me veía trasnochar, contaba cuánto tiempo dormiría según la hora a la que me levantaba al día siguiente. A mi primo y a mí nos decía los regalos que nos iban a comprar por Reyes, pese a la insistencia de mi tía y mi abuela en que no lo hicieran. Recuerdo una vez viendo en las noticias que hablaban de ETA, que me dijo que las cosas no se hacían matando, y que ninguna ideología debería permitir esas cosas. No sé cuánto exactamente supo nunca de política, pero él decía que era rojo, ni comunista ni de izquierdas, rojo, y que tampoco era español, que él era extremeño. A veces cuando se enfadaba con Andalucía decía que los andaluces éramos imbéciles, y entonces me miraba a mí y decía que creía en un futuro mejor, cosa que ahora me pongo a pensarlo, y creo que estamos peor. Pero él ya no está aquí para verlo, porque hoy hace siete años que murió.

No sé si estamos peor o mejor a ojos de cómo él miraba el mundo, pero vamos avanzando; voy avanzando. Hago lo que puedo, a veces lo que no debo, disfruto como él me enseñó, y sigo sin acumular cosas absurdas que siempre me decía que no me aferrase a ellas pese a que al final me las acababa comprando. Por la calle siempre me preguntan si soy la nieta del Cachorro o la nieta del Canito, depende de qué persona le conocía con según qué mote, y pese a que tenía nombre, como siempre fuimos un pueblo más que un barrio, a él nunca le llamaron por su nombre. Me saqué el carné, sigo queriendo la moto, eso sí, aunque siempre le dio miedo, he viajado con familia y con amigos, he salido, he bebido, he fumado, y he fumado… He trabajado, por fin, con contrato, con nómina y hasta con finiquito. Estudié lo que siempre le dije que quería estudiar para trabajar en una empresa, sigo sin ser religiosa, me encargo de mi abuela como siempre se encargó él de ella, me sigue gustando mi pelo y no me lo quiero alisar, no tengo hipotecas, tampoco casa que no sea compartida con nadie, sigo sin tener gatos en casa, pero, lo que más me falta, es el tatuaje que te debo.
Porque todo pasa güelo, como siempre me decías.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bonito